Rendido por la larga jornada diurna de viaje y la espera nocturna para el
embarque, caigo redondo en la butaca
antes de zarpar. A las tres horas, mientras el Mar de Irlanda mece con
suavidad el ferry, el sol atraviesa la cristalera y me da en la cara. Diviso tierra.
Estamos aproximándonos al puerto de Douglas y nos indican que bajemos a
por nuestros vehículos. La bodega huele como debe oler un barco mercante, a
salitre, grasa y pintura. Olor familiar para mí. Atracamos. Suelto la cincha
que sujeta a la Mille. Le acaricio el tanque y me subo en ella.
Cuando el marinero me indica que salga me entra un escalofrío, a pesar de tener
el corazón ardiendo. Me pongo en marcha. El sol me da en la cara y lágrimas de
emoción brotan bajo el casco. He cumplido uno de mis grandes sueños...
¡ESTOY EN ISLA DE MAN!