Asturias Patria querida, Asturias de mis amores. Así comienza la canción que pasó a ser himno del reino de Don Pelayo. ¿Quién no la ha entonado alguna vez, con mayor o menor acierto, cuando Baco ha tomado las riendas de sus neuronas? Hubo un tiempo en que se me daba muy bien desafinar con esa letra. Y es que a Asturias la conozco y le tengo cariño desde que tengo uso de razón. Es lo que tiene ser de la patria chica vecina. Esta vez sólo iba de camino, pero un par de días por sus tierras eran obligados. Al poco de abandonar tierras gallegas me dio la bienvenida un pequeño chubasco que, tal y como llevaba el neumático trasero, no me hizo mucha gracia, pero ¡qué coño! Estaba en el Norte, nada de quejas. Hasta las autovías tienen su aquel.
Esta vez iba directo a un hotel que me había buscado un amiguete, en Viella,
a unos diez kilómetros de Oviedo. Con el hambre que traía no pude reprimir una
sonrisa bajo el casco al ver que estaba junto a un asador de carnes. Así que,
tras instalarme me di un pequeño homenaje a base de cachopo y sidra.
Rico, rico. Tras guardar la moto en el garaje me fui a tomar unas cervezas con
mi colega. Tarde y noche tranquilas, apetecía descansar después de varios días
intensos de ruta. Al día siguiente amaneció soleado, no pude negarme a hacer
kilómetros con la Mille. Gijón
sería el punto de partida y el Candasu
el sitio perfecto para quedar con una amiga. Buena compañía, sidra y tapas,
¿qué más se puede pedir? Ser inmune al alcohol, pero como no lo soy, fui bueno y al poco me puse en ruta. Primeras
fotos en El Puntal, en la Ría de Villaviciosa.
De allí a un pequeño pueblo que me tiene enamorado, Tazones. Su
puerto pesquero, su pequeña playa con huellas de dinosaurios, su Casa de las
Conchas, sus restaurantes… Es uno de esos sitios que rezuma encanto por todas
sus esquinas. Esta vez subí a ver el faro, cosa que no había hecho las dos
veces que estuve antes. Ya de nuevo en ruta, la vista continúa deleitándose con
esos prados y arboledas de ese verde tan intenso. Joder, que me gustan estas
carreteras. La siguiente parada es Llastres. Intenté comer en un par de
sitios pero estaba todo a reventar, así que decidí reservarme para el asador…
Vi muchísima más gente que en mi anterior visita, hace unos ochos años. ¿Será
por lo de aquella serie del matasanos
malafollá?
Imprescindible en tu visita a Llastres es subir al mirador, junto a la
capilla de San Roque. Las vistas son realmente espectaculares. Y a pesar del,
para mi gusto, excesivo turismo, a uno no le queda más remedio que contribuir a
esa masa de visitantes, porque esta villa marinera sigue siendo preciosa. Tras
una 0,0 puse rumbo a Ribadesella.
Al llegar me topé con un montón de atletas. Resulta que había una carrera de
diez kilómetros esa tarde. Después de darme una vuelta por la playa y el paseo
marítimo decidí poner ruedas en polvorosa
antes de que empezase la carrera, por si cortaban el puente y tenía que
quedarme allí haciendo tiempo bebiendo sidra. Demasiado tentador.
Ya de vuelta paré en la bonita playa de La Isla, cerca de Colunga.
Pero no me entretuve demasiado, el estómago no hacía más que rugir. Al llegar al campamento base me fui al asador y me apreté unas costillas de ternera y unos criollos. De verdad, tener
los horarios de las comidas descontrolados es muy duro… Para redondear el
sábado mi coleguilla me llevó a Oviedo, eran las fiestas de San Mateo. Cantidad
de gente, buen ambiente y mucha cerveza. Tendré que volver en plan de marcha. Y pesar de que no nos maltratamos demasiado, la resaca me dijo
“ola ke ase” por la mañana. Antes de
cargar la Mille y poner rumbo a
Cantabria, me dio tiempo a desayunar con otro amigo y su peque, futuro campeón de supermotard. Luego, con esa pena que le
entra a uno por irse de un lugar que le ha tratado bien, me puse en ruta. Pero
aún me quedaban unos kilómetros por Asturias.
Había estado en los Picos de Europa varias veces, pero nunca en moto. Así
que no fue una elección demasiado difícil desviarme a visitarlos de nuevo. En
la autovía A8, a la altura de Ribadesella, cogí el desvío hacía Cangas de
Onís. Esta vez no paré, pasé de largo hacia los lagos, pero si no lo
conocéis no dudéis en dedicarle unas horas a este precioso lugar. Cuenta con
varios monumentos histórico artísticos, como su famoso puente romano. Unos dos o tres kilómetros
pasado Covadonga, el viento, la niebla y la lluvia hicieron acto de presencia,
pero de verdad, con protagonismo. La cosa se llegó a poner tan fea que estuve a
punto de darme la vuelta. Muy complicado conducir una moto de semimanillares,
cargada hasta las manetas, en esas
condiciones. El viento lateral era bestial. Y estoy acostumbrado a conducir con
agua, en asfaltos resbaladizos, con viento, pero nunca me había encontrado algo
así. Además tan repentino.
Pero no me podía volver estando tan cerca. Despacito y con mucho cuidado
(requisitos fundamentales para esto y otras cosas) llegué al Lago Enol.
Con riesgo de que Eolo me volcase la Mille paré a hacer un par de fotos. Y ahí que
apareció una vaca a darnos la bienvenida. Os hartaréis de verlas por la
carretera. De allí al Lago Ercina y de vuelta a los pocos minutos. Por
desgracia arriba el tiempo seguía de lo más desapacible, pero a los pocos
kilómetros de bajar se hizo bueno lo de que tras
la tempestad viene la calma. Comenzó a clarear de nuevo. Y paré en el Mirador
de la Reina. No os lo perdáis, como podéis ver en la foto de arriba las
vistas son maravillosas.
La verdad es que esta carretera de subida a los lagos me encanta, es una
maravilla. En algunos tramos es como ir por un túnel de paredes y techos verdes.
Sin darte cuenta tu mano derecha desacelerará para pasar más despacio. Magia. En
un coche jamás podrías sentir algo así… Me resulta sumamente gratificante, tras
más de veinte años montando en moto, disfrutar momentos así, redescubrir estas
sensaciones. Estos paisajes y carreteras parece que estén hechos para nosotros,
los motards. Y cuando tras una curva
descubres la figura de la Basílica de Covadonga al fondo, hasta a un
agnóstico como yo se le escapa darle las gracias a Dios por las vistas. No
exagero, probadlo.
En Covadonga la parada es obligada. Además de la Basílica de Santa
María la Real de Covadonga, construída en piedra caliza rosa, te
encontrarás con la Santa Cueva. Allí están, además del santuario a La Santina, las tumbas de Don Pelayo y
Alfonso I, el Católico, ambos reyes de Asturias. En la explanada de la basílica
se hallan la estatua de Don Pelayo y La
Campanona. Este conjunto monumental, a pesar de estar normalmente muy
masificado de gente, es un destino obligado en toda visita que se precie a
Asturias. Si pillas un buen día de sol, simplemente alucinarás con los contrastes y los infinitos colores que te
ofrecen paisaje y monumentos.
Me pongo en marcha, pero al llegar al cruce que hay a medio camino entre
Covadonga y Cangas de Onís, mi estómago decide despedirse en condiciones de
esta tierra. No me queda más remedio que tomarme unos chorizos a la sidra, acompañados
de una triste 0,0, en la venta que
hay por allí. Al rato, de nuevo en la autovía hacia Cantabria, la lluvia
y el viento comienzan a hacer de las suyas, pero a pesar de hacerlo con ganas y
de llevar el neumático trasero listo de
papeles, comparado con lo vivido en los Picos de Europa unas horas
antes resulta un paseo. Ay Asturias, hasta pronto. Volveré a verte en cuanto
pueda, y será en moto. Faltaría más.
En Nostromoción:
· I) Milleando por Sanabria.
· II) Milleando por Galicia [I].
· III) Milleando por Galicia [II].
· IV) Milleando por Galicia [y III].
···
· VI) Milleando por Cantabria.
En Nostromoción:
· I) Milleando por Sanabria.
· II) Milleando por Galicia [I].
· III) Milleando por Galicia [II].
· IV) Milleando por Galicia [y III].
···
· VI) Milleando por Cantabria.
que chulas. algunas me suenan.
ResponderEliminaramigo nos debemos una rutica en moto no? ;)
Ya te digo! A la vuelta del TT habrá que organizar algo! :)
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