jueves, 28 de noviembre de 2013

TTour 2013: Inglaterra & Escocia

 
Primera rotonda. Al loro. Es el consejo que me habían dado todos los amiguetes que ya habían estado por aquí, tener especial cuidado y acordarse de mirar a la derecha en las rotondas. OK. Pasados unos kilómetros te acostumbras a conducir al revés, no es para tanto. Supongo que en coche debe ser más raro por eso de estar con el volante a la izquierda, o por lo de cambiar de marchas con la zurda si pillas un coche de alquiler. En moto te haces rápido a ello. El GPS también te lo recuerda, además de chivarte todo. Es cojonudo, cualquiera que me siguiese creería que conocía la zona. Le empecé a coger el gustillo. Pero eso sí, reconozco que si sólo te fijas en él sin tener claras las carreteras por las que tienes que ir, te vuelves un poco gilipollas… no te quedas con la copla de por dónde pasas. Lo suyo es combinarlo con un mapa de los de toda la vida.
 
Eran más o menos las cuatro de la tarde cuando salí del puerto de Portsmouth. El objetivo era hacer noche en Nottingham. No iba a ser una ruta pintoresca ni de curveo. La idea era llegar a Escocia haciendo los mínimos kilómetros posibles, o sea, por autovía. Era martes y tenía hasta la madrugada del viernes para hacer una pequeña toma de contacto con la zona. Ya tenía claro, y ahora más, que Inglaterra ofrece mucho y bueno para el que viaja en moto, pero me hacía especial ilusión subir hasta Escocia y disponía de pocos días. Habrá que volver.
 
 
Al ver las fotos que había hecho la cámara que llevaba en el casco, me hizo especial ilusión descubrir esta en la que nos saludamos un motard inglés y yo. Eran mis primeros kilómetros por sus tierras, y todos, absolutamente todos los compañeros me saludaban. Empezaba a acostumbrarme a mover la cabeza para hacerlo, y oye, después de casi tres semanas por allí casi que ahora me gusta más así que la uve con los dedos. Hace poco también lo comentaba un amiguete viajero por la red. Creo que empezaremos una cruzada por la península para que sea igualmente válido ese gesto entre caballeros andantes.
 
 
Aun teniendo que desviarme un poco del trayecto, no podía dejar de visitar Stonehenge. Las jodidas piedras, a pesar de estar un poco masificadas de peña, son mágicas de verdad. Es un gustazo estar frente a ellas. Al ir tan cargado pequé de esa desconfianza patria, innecesaria allí, y no quise dejar la moto sola. Así que las vi e hice fotos desde fuera de la valla. Al entrar al recinto haces un recorrido alrededor de las rocas pero también algo alejado. Recomiendo su visita, no sabría deciros el porqué pero sientes que es un lugar cargado de energía.
 
De nuevo en ruta continúo fijándome en las particularidades de las carreteras inglesas, como esas zonas de descanso cada pocos kilómetros, o la cantidad de bosques y prados verdes que jalonan el recorrido. También me pareció que la mayoría de radares instalados en los puentes de las autovías son frontales, al menos vi un flash al pasar por uno... no por mí esa vez. El premio iría a parar al hogar del feliz propietario del Porsche que me estaba adelantando.
 
 
A pesar del cielo nublado durante todo el trayecto, la lluvia esperó a que entrase en Nottingham para hacer acto de presencia. Los casi cuatrocientos kilómetros que acababa de hacer no habían tenido nada de particular, la verdad. Y es que una autovía es aburrida esté donde esté. Tras charlar un rato con el simpático hippie del albergue y resguardar la Mille con su funda en un sitio discreto, me instalé en mi habitación. No me apeteció salir de turismo, era ya casi de noche y estaba muy cansado, me estaba pasando factura el haber dormido mal en el ferry. Por suerte sé lo que hace falta en estos casos. Había una tienda cerca en la que compré algo de picoteo y un pack de Heineken. Mientras aprovechaba el wifi subiendo algunas fotos y charlando con los amiguetes de la red, me soplé las birras. Al poco rato caí redondo en el catre y dormí del tirón.
 
 
Me levanté perfecto. Y es que como se agradece una cama, aunque esté llena de chinches… Antes de poner rumbo a Edimburgo, y ya con la moto cargada, me pasé a echar un vistazo al Castillo de Nottingham. Tal y como me habían dicho en el hostel no es nada del otro mundo, aunque si cuenta con unos bonitos jardines con una estatua de Robin Hood arco en ristre. Imagino que en esta zona de las Midlands del Este hay mucho por ver, pero continué hacia arriba en mi empeño por conocer un poquito de Escocia.
 
 
Una vez que puse las ruedas en la M1 (la carretera, no la Yamaha) comencé un largo trayecto por autovía en el que fui dejando atrás ciudades como Sheffield, Leeds, York, Darlington, etc. Pensando iba en que seguro que todas ellas eran merecedoras de una visita, cuando, la verdad no recuerdo donde, creo que pasado Durham, la autovía se tornó carretera nacional y a pesar de estar algo cansado ya, es cuando empecé a disfrutar de verdad de la ruta. El paisaje que bordeaba el firme unas veces lo conformaban enormes árboles y otras inmensos prados verdes, muchos tapados de flores amarillas.
 
 
A pesar de que la mayoría de las pocas curvas que encontraba eran para enlazar grandes rectas, el buen asfalto, la escasez de tráfico, la ausencia de guardarraíles y un cielo que pasaba de lo más gris a lo más luminoso cada pocos minutos, hacían que el corazón comenzara a hincharse de emoción. Realmente empezaba a creerme que estaba allí, a mi puta bola, con rumbo a la más absoluta felicidad… Antes de llegar al río Tweed, que por esa zona ejerce de frontera entre Inglaterra y Escocia, atraviesas varios pueblos con las típicas casas de piedra de la comarca, con no más de dos alturas, como Longframlington o Wooler.
 
 
Una vez que cruzas el puente, un cartel te da la bienvenida a la tierra de William Wallace. Un poco más adelante entras en Coldstream. Allí aproveché para repostar, y mientras lo hacía, me fijé que un señor mayorcete en los mismos menesteres que yo con su furgoneta, no le quitaba ojo a la Mille. Al cruzar nuestras miradas le sonreí y me respondió: “Lovely bike!”. Coño, acababa de llegar y ya me caían de puta madre los escoceses. Tras salir de pagar de la tienda me estaba esperando. Hay que decir que no practicaba mi inglés hacía varios lustros, pero entre gestos, repeticiones y buen rollo mantuvimos una bonita charla unos quince minutos. Me contó que hasta hacía unos años había tenido una Triumph pero que, después de romperse una pierna en una caída, su mujer le prohibió montar más. Él fue el primero que me dijo que había estado en Binalmadína (Benalmádena). Y es que la mayoría de escoceses con los que hablé, habían estado allí o incluso tenían un apartamento, buscando el sol como los caracoles.
 
Con ese buen sabor de boca que te deja encontrarte con buena gente por el camino, proseguí hacia la actual capital. A pesar de las enormes rectas seguía disfrutando, más cuando me encontraba con alguna curva que me permitía redondear el donut trasero, que ya empezaba a fundirse por la zona central harto de tanta autovía y peso.
 
 
En las inmediaciones de Edimburgo la cosa cambió y me vi envuelto entre la gran cantidad de tráfico que mueve una ciudad así, aunque nada comparado con un Madrid, por ejemplo. Una vez en el casco urbano me fui directo a la zona de Old Town. Al inicio de Castlehill, la cuesta que da al único acceso al Castillo, llama la atención encontrarse con The Hub, una antigua iglesia reconvertida en un moderno café. Allí es donde organizan los eventos del Festival de Edimburgo, uno de los más importantes de Europa, que se celebra en agosto. A pesar de pillarlo en obras, el Castillo se ve imponente. No entré porque se necesitan varias horas para visitar en condiciones esta fortaleza, y yo seguía en modo toma de contacto.
 
 
Desde luego es un crimen dedicarle sólo poco más de dos horas y media a esta magnífica ciudad, pero el objetivo real de este viaje seguía siendo el Tourist Trophy. Eso sí, me han cautivado tanto estas tierras que me pongo a babear pensando en el día en que pueda volver con tiempo suficiente. Continué mi visita con la zona peatonal de la calle más famosa, la Royal Mile. En su totalidad discurre entre el Castillo y el Palacio de Holyroodhouse, y de su longitud nace la extraña milla escocesa. Son incontables las tiendas de regalos, restaurantes y pubs con que nos tropezamos en este sector de la urbe. Incita a perderse por ella y sus curiosos callejones.
 
Turistas y nativos se entremezclaban por las calles, el día era soleado e invitaba a salir al exterior, a pesar de que corría una brisa fría que te helaba cara y manos. Me estaba encantando Edimburgo. Muchos españoles, muchísimos. Algunos al verme haciendo fotos y tras ojear la matrícula se ofrecían a hacerlas ellos para que saliese en alguna. Una joven y muy simpática pareja charlaron conmigo unos minutos. Habían dejado en casa su Ducati Monster y venido en avión. Sutilmente me dejaron caer que estaba completamente zumbao por ir hasta allí en una deportiva. No les di la razón diciéndoles el dolor de cuello y de culo que ya empezaba a acompañarme, y que no se fue hasta dos semanas después de volver a casa. Pero creo que lo comprendieron todo al ver el brillo de mis ojos. Y es que era feliz de cojones.
 
 
El TTour en Nostromoción:
   · I) Comenzando a soñar.

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