Es difícil perder la sonrisa mientras uno disfruta del ambiente y el
panorama que te ofrece Edimburgo. Tras visitar la Royal Mile y la Catedral
de St Giles, volví a subirme a la moto y me dirigí a Calton Hill. A
esta zona la llaman “la Atenas del Norte” por la cantidad de edificios y
monumentos al más puro estilo griego clásico que hay. En la colina te
encuentras con el Monumento Nacional de Escocia y el Monumento a Nelson,
entre otros. Pero sobre todo con unas vistas espectaculares de la ciudad. Yo
poco pude disfrutar de ellas ya que, mientras terminaba de subir las escaleras
y la empinada cuesta de acceso, comenzó a llover bastante fuerte y toqué retirada.
Hacía un momento que el sol dominaba las alturas, ¿de dónde coño habían
salido esas nubes? Una pena porque con lo que resoplé para llegar arriba bien
me merecía unos minutos para disfrutar del paisaje y hacer unas fotos, pero era
una lluvia de esas desagradables que atacan
lateralmente por el vientazo reinante.
Pensé que mejor me iba ya a Stirling. Pero… ¿seguro que Murphy era yanqui? ¿No sería escocés? Nada más
volver a subirme a la Mille salió de
nuevo el sol. Así que me volví a parar en un puente para hacer algunas fotos
más y, al quitarme el casco… sí, se oscureció todo de repente y comenzó a
granizar al son de un viento helado de tres pares. Tras dos horas y media abandonaba
Edimburgo. No sé si fue buena idea hacer esa pequeña toma de contacto porque me
quedé con ganas de quedarme un par de días… Muy recomendable, pero id con tiempo
para disfrutarlo como se merece.
El camino hacia Stirling, antigua capital del Reino Escocés y
donde pasaría la noche, no lo recuerdo bien, supongo que por estar concentrado
al máximo en conducir con granizo primero y lluvia después. Al menos escampó al
llegar al Willy Wallace Hostel,
albergue con buen ambientillo de
trotamundos y gente joven. La jornada no había estado mal, unos quinientos
cincuenta kilómetros, de los que disfruté de verdad los ciento treinta anteriores
a Edimburgo. Por la noche me di un paseo y me tomé unas cervezas en un pub.
Volví a dormir como un lirón. La Mille
la dejé en el aparcamiento de la estación de tren. La pobre fue la única noche
que durmió sin su funda y me lo echó en cara por la mañana tosiendo tres veces antes de arrancar. Mucho, mucho frío.
Para ese día, jueves ya, tenía un “ambicioso” plan de ruta que como
veréis no pude completar, aunque la alternativa no estuvo nada, pero que nada
mal. La idea era ir hasta Inverness, Loch Ness y Fort William, pero los pronósticos
de nevadas en esa zona, y sobre todo no haber madrugado y tomarme las cosas con
demasiada calma, hicieron que desistiera del intento… Salí de Stirling al
mediodía. Tiene bastante encanto y, aunque no trasnoché demasiado, me pareció
ver una buena atmósfera nocturna, con
mucha gente joven de parranda. La visita a su castillo y al Monumento a
Wallace (en las afueras) son obligadas. Por cierto, seré un raro, pero me
gusta pasear por cementerios añejos
como el que hay bajo el castillo, de esos apacibles de verdad, con árboles,
lápidas hincadas en la hierba… y buenas vistas, aunque sus inquilinos no las puedan disfrutar.
En mi senda hacia el norte iba completamente ensimismado con la intensa gama
de colores que iba encontrando. Sinceramente, creo que en Escocia se inventó el
verde, verás tonos que ni imaginabas. Sin apenas darme cuenta me topé
con Perth, puerta de las Highlands.
Está situada al oeste del río Tay y las vistas desde cualquiera de los
puentes que lo atraviesan son preciosas. No es una ciudad muy grande pero es
realmente bonita. Tras callejear un buen rato por ella, me dirigí, empujado por
el fortísimo viento, hacia el Palacio de Scone, otro de los atractivos
de la zona. Y es que este castillo está construido sobre la antigua Abadía de
Scone, lugar donde se coronaba a los reyes escoceses en la Edad Media. Precioso
sitio, con un sencillo camino de acceso jalonado por unos magníficos y enormes
árboles, y unos bellísimos jardines de pinos y hierba pulcramente cortada.
Al volver hacia la carretera me paré a hacer unas fotos, y entonces pude
comprobar de nuevo la increíble capacidad que tiene aquí la climatología para volverse
una anarquista sin piedad. Los
soleados claros se tornaron en oscuridad y granizo. Y sí, ahí es donde consulté
de nuevo las previsiones y decidí dar marcha atrás y quedarme sin visitar el
famoso Lago Ness, cosa que en esos momentos me contrarió bastante, pues
me hacía muchísima ilusión conocerlo. El estado del neumático trasero también
influyó en que finalmente no me metiera
en camisas de once varas. Y es que, a pesar de que es de día hasta pasadas
las once y media, no me apetecía llegar tan tarde a mi siguiente campamento
base. No erré en la decisión, habíamos venido a disfrutar.
De nuevo con rumbo suroeste, tomo el desvío hacia Loch Lomond.
Mientras el cielo comienza otra vez a despejarse, me encuentro con una
carretera bacheada pero preciosa. Empiezo a flipar
con las comarcales escocesas, estrechas a veces, con una tupida vegetación que
en algunos tramos te roza el casco… Solitarias, tanto que te puedes parar
tranquilamente a hacer una foto en mitad del firme sin miedo a que aparezca
ningún coche en muchos minutos. Ya no me acuerdo de Nessy. Ni del dolor de cuello y culo. Ni de que soy una
persona. Me siento centauro, fundido con mi vieja
amiga. Y aún no había visto nada. Ese día me deparaba una sorpresa en forma
de felicidad absoluta. Y recordé la frase que suele decir un buen amigo: cuatro
ruedas mueven el cuerpo, pero dos mueven el alma. Vaya si la mueven.
Con una sonrisa enorme llego a mi destino, el Sunnyside B&B, en Balloch. Me recibe el dueño, Frank Smith, personaje afable y peculiar. Nada más llegar me enseña su impoluto Ford Escort RS Cosworth, con 21 años. Porque, sí, él también es un quemado y le encanta recibir a otros en su casa. Antiguo soldado de la Royal Navy en submarinos, tiene un recuerdo de esa etapa en el pasillo de la casa. Un periscopio. Acojonante, hay que verlo. Después de instalarme en la coqueta buhardilla, charlo un buen rato con Mr. Smith. Hablamos de coches y de motos, y me recomienda una ruta para que haga esa tarde. Dice que me gustará, que parte discurre por una carretera comarcal, privada en su día y construida al gusto del antiguo terrateniente de la zona, un millonetis aficionado a los coches. Parece ser que revistas y programas especializados del motor prueban sus máquinas por allí de vez en cuando. También me toma nota para el desayuno del día siguiente; me decanto por supuesto por el típico escocés. Hice bien en no cenar.
Con más nubes que claros, y por fin sin nada de equipaje, me subo a la Mille dispuesto a disfrutar siguiendo al pie de la letra las recomendaciones de mi casero. Tras dejar atrás el Castillo Buchanan en Drymen, tomo la A81 buscando la A84 a la altura de Callander. Me meto de lleno en el Parque Nacional Loch Lomond & The Trossachs, y ahí comienza el festín de curvas y belleza. Lo sabía. Sabía que un tío que ha tenido un Porsche y ha rodado en Nürburgring no podría decepcionarme con sus consejos. Verme sin equipaje, sin tráfico y con un asfalto que agarraba como el Super Glue-3, hizo que en los primeros kilómetros entrase en una especie de frenesí en V60°. Pero de repente me di cuenta de que no quería correr, sólo quería emborrachar mis retinas de color, grabar en mi mente uno de los panoramas más hermosos que había visto en mi vida. Rodar por allí con mi amiga italiana estaba resultando mágico. Ese paisaje y esa luz me envolvían llevándome con el corazón continuamente encogido.
NOTA: Loch Lomond and The Trossachs National Park, apuntadlo bien. Habréis notado que esta vez he abusado de nombres de lugares. Ha sido aposta. Y es que las cosas bonitas de la vida, pese a que sean simples carreteras, colores o cielos, hay que compartirlas. Yo sólo recorrí la parte sureste, pero ya sueño con volver y explorar a fondo esos parajes.
El TTour en Nostromoción:
· I) Comenzando a soñar.
· II) Inglaterra & Escocia.
···
· IV) Escocia & Inglaterra.
· V) Tourist Trophy. Isla de Man (I).
· VI) Tourist Trophy. Isla de Man (II).
· VII) Tourist Trophy. Isla de Man (III).
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