martes, 18 de diciembre de 2012

Milleando por Galicia [II]


A gusto. Así estaba. Deambulando sin rumbo por el Casco Vello de Vigo. Disfrutando de las fachadas, de las piedras, de los callejones. Del ambientillo del mercado de A Pedra. Y un olor intenso a mar inundó mis fosas nasales. Estaba en la calle de las Ostras, antigua rúa da Pescadería. Sin concederme tiempo de reacción, y con el arte que sólo gastan las personas muy curtidas en esta vida, una simpática abuela me había colocado un plato con una docena de ostras vivas en la mano. La noche anterior había cenado como un salvaje, no tenía hambre, eran las doce de la mañana, pero… ¿quién coño viene a este maravilloso lugar y se resiste a algo así? Yo, desde luego, no.
 



 
A veces me preguntan si no me aburro cuando viajo solo. La respuesta para mí es obvia: no. Nunca me aburro descubriendo los pequeños detalles que pasan frente a mis ojos. La percepción de lo que hay a tu alrededor en los sitios por los que pasas es diferente, tuya únicamente, sin condimentos de otros. Más intensa. Me encanta la sensación de ir a mi puta bola, sin dar explicaciones, sin esperar a nadie, sin tener que justificarme cuando quiero cambiar los planes. Es diferente. Ojo, que también disfruto viajando con amigos, pero es que yendo solo tocas a más ostras. Y oye, que ricas estaban.



Es curiosa la mezcolanza de negocios de esta zona. Restaurantes de marisco, tiendas de souvenirs y vendedores ambulantes que intentan endosarte ropas o iPhones más falsos que una custom con plásticos cromados. Me cautivan estas fusiones. De nuevo me encuentro hechizado por otra ciudad gallega. ¿Será verdad lo de las meigas? Empiezo a pensar que en vez de con brebajes de sapos y culebras te embrujan con ostras… Una vez a lomos de la Mille, me doy un paseíto más por la ciudad antes de buscar la autovía dirección a Ourense. Y vaya, mira que no soy muy fan de las autovías, pero esta me parece bonita y hasta poco aburrida. Gran paisaje. Los ochenta kilómetros se me hicieron más cortos de lo normal.



Al llegar a Ourense me encontré con un parque muy guapo. Paré a hacer un par de fotos y adentrándome un poco más por una zona peatonal, haciéndome el sueco, llegué a la Plaza Mayor. Con soportales por sus cuatro costados y un montón de terracitas, invitaba a parar y tomar algo. Acepté su invitación, una 0,0 me refrescaría el gaznate. En uno de sus laterales se encuentra el Ayuntamiento o Casa do Concello. Al lado el Museo Arqueológico y la Iglesia de Santa María “La Madre”. Situada en el corazón del casco histórico, y de la que parten varias calles, me resultó muy bonita, especialmente las fachadas de los edificios plagadas de miradores acristalados y balcones. Por cierto, me llamó la atención la inclinación de su suelo.



Seguíamos en modo toma de contacto, así que tras un rato de paseo por los alrededores de la Plaza Mayor, nos pusimos de nuevo en marcha. Tomé la N120 dirección Quiroga. La carretera pintaba bien, lo malo es que los primeros kilómetros son de doble raya continua y los pasé detrás de un tráiler con troncos. No había problema, no había prisa. Tras unos kilómetros entraba en la provincia de Lugo. Y, ay amigos, en cuanto me vi con pista libre volví a disfrutar como un enano de una de las mejores carreteras por las que he rodado nunca. El tramo de Monforte de Lemos a Quiroga me pareció simplemente brutal. Curvones y asfalto perfecto. Pero lo mejor es que te ves inmerso en un paisaje montañoso espectacular. Precioso. Una vez más un auténtico placer rutear por sitios así.


Una vez en Quiroga pregunté por mi destino: Soutordei. A la tercera, y con cara de extrañeza, me indicaron el camino correcto. Paralelo a la vía del tren primero y luego subiendo por una carretera estrecha jalonada de vegetación. El motivo de ir a tan remoto lugar era triste, muy triste: visitar a un amigo caído sólo seis semanas antes. Las emociones que viví allí me las quedo para mí. La paz que se respiraba y la belleza del lugar eran abrumadoras. Tú sí que sabías Juan Carlos. Vaya sitio bonito. Llegará un día en el que tomaremos cerveza juntos, y el primer brindis lo haré por los grandes hombres que supieron buscar horizontes limpios donde descansar.



Apenado por la visita que nunca querría haber hecho, pero a la vez confortado por haber estado en un sitio tan especial, regresé a la carretera. Volví por donde había venido, iba a disfrutar esa magnífica vía por partida doble. Esta vez sí paré en Monforte de Lemos. Primero subí al Monasterio de San Vicente del Pino, actualmente Parador Nacional de Turismo. Del antiguo castillo destacan algunos tramos de muralla y la torre del homenaje. Las edificaciones actuales datan del siglo XVI. Muy bonito, como casi todos los sitios que transforman en Paradores… Tras disfrutar un rato de las vistas y lo agradable del lugar, me bajé a Monforte. Y sin querer, me topé con El Escorial gallego, el Colegio de Nuestra Señora de la Antigua. Me apunto para otra ocasión su visita por dentro y con más detalle. Esa vez me conformé con admirar su formidable fachada mientras me tomaba una 0,0 en una de las terrazas de enfrente.



Al llegar de nuevo a Ourense, hice un tramo por autovía hasta Carballiño, donde tomé la nacional N541 que pasa por Soutelo y Cerdedo, hasta Pontevedra. No lo disfruté mucho porque ya era de noche y, desde que me operé de miopía, soy de esos a los que les parece que todos van con las largas. Y mira que me gusta viajar en la oscuridad, pero en cuanto me cruzo con alguien ya estoy jodido. El día, además de azul y despejado, había sido intenso en kilometraje y emociones, así que, una vez en el hostal, me dispuse a una ingesta masiva de Estrellas Galicias. Y como desde las ostras de la mañana no comía nada, me arreé otro filetón con acompañamiento no apto para vegetarianos (ni cardíacos) como el de la noche anterior. Es lo que tiene ser un tripero.



Al día siguiente me volví a enfundar el mono y a cargar las alforjas. Tocaba variar de campamento base. Iríamos hacia el Norte. El tramo de carretera N550 desde Pontevedra hasta Santiago de Compostela me resultó agradable, eso sí, con muchísimo tráfico. Era miércoles, así que supongo que lo normal de un día laborable. Como estaba embuchado en cueros y con todo el equipaje, no paré demasiado en Santiago, me apunto (vaya lista llevo ya) dedicarle más tiempo la próxima vez. Pero la paradita en la Praza do Obradoiro no me la salté. Ponía que prohibido el paso y esas cosas, pero muy despacito, haciéndome el guiri, me colé como un peregrino más. Y vaya gustazo estar ahí, ante la majestuosidad de la catedral y los demás edificios. Y entre tanta gente maja. Al ver que iba solo, varios compañeros ciclistas se ofrecieron a inmortalizar el momento con mi querida Mille. No siento más devoción que por las personas, pero entiendo que un peregrino de los de verdad, se emocione al completar su camino en semejante decorado. Lástima tanto coche oficial aparcado por ahí…



La ruta continuaba dirección A Coruña por la nacional. Llegando, y como siempre me pasa cuando voy de relax, me despisté y no sé cómo terminé en la autopista de peaje. Yendo en moto, los peajes me tocan bastante los cojones, sobre todo cuando se trata de un minitramo de cincuenta putos céntimos. Quítate el guante, busca las monedas, que no se te caigan, guarda la vuelta, ponte el guante. En fin, ni tan mal si ningún enlatado te pita y no tienes que acordarte de su familia. Total, que por fin encuentro la carretera a Carballo, paro a repostar, pregunto por mi destino, por algún hostal allí… Y entonces, casi sin darme cuenta, llego. Llego a Malpica de Bergantiños. Y el flechazo es instantáneo.


En Nostromoción:
   · I) Milleando por Sanabria.
   · II) Milleando por Galicia [I].
   ···
   · IV) Milleando por Galicia [y III].
   · V) Milleando por Asturias.
   · VI) Milleando por Cantabria.
 

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