Uno se siente raro cuando está a punto de cumplir un viejo sueño. En mi
caso hacía unos veinticinco años que anhelaba ver un Tourist Trophy
en vivo. Desde que estaba en el instituto y leía las crónicas de las carreras,
que eran parcas en contenido, pero suficientes para que me impresionase esa competición
en esa extraña isla. Ya era hora.
Esta vida es corta y pasa rápido. Joder si pasa rápido. Cuando tenía tiempo no
tenía dinero, y cuando tenía dinero no tenía tiempo. Y así un año, y otro, y
otro… y llegó noviembre del año pasado, un mes después de haber estado más de
dos semanas milleando por el norte,
con el culo aún dolorido por esa tabla
que llevo por asiento. Entonces por fin me planteo el viaje en serio. Entro en
la web de Steam Packet, los ferrys
que operan en Isla de Man, pensando que todavía no estarían a la venta
los billetes (iluso de mí), y veo que ya estaban agotados para las fechas que
había planeado. La indecisión se apoderó de mí, pero entonces mi dedo índice
tomó la iniciativa sobre el ratón. Clic, clic, clic, clic,… No tardé ni cinco
minutos en reservar mis billetes. No debía pensarlo, no podía dejarlo para otro
año. Era hora de ir a La Isla.
Esos meses de espera no pasaron tan rápido, más bien se hicieron eternos.
Mi estancia en Isla de Man sería de diez días, llegaría el primer día de
la semana de entrenos y me iría el tercer día de la semana de competición. Al
final me perdería dos días de carreras, pero eran las migajas que me habían quedado por reservar tan tarde. De paso haría una toma de contacto con Inglaterra,
Escocia e Irlanda, y a la vuelta volvería por Francia
visitando Bretaña, región en la que estuve dos semanas de intercambio en
mi época institutera. Todo pintaba de
maravilla antes de partir… pero las expectativas de este viaje se quedaron
cortas, muy cortas, porque la magia que viví en ese mes me acompañará toda la
vida.
A pesar de tener callos en el culo de montar en moto, este era mi primer
gran viaje por el extranjero en solitario (porque Portugal no cuenta…), y antes
de salir sentí algo que nunca había sentido al coger una moto: miedo. Y
no, no me entendáis mal. No era un miedo a la moto, a conducir al revés, a
tener un accidente u otras cosas escabrosas. Era miedo a que cualquier gilipollez
me chafase mi sueño. No me gusta viajar con la sensación de tener que cumplir
un horario o un plan, pero teniendo que coger cuatro ferrys… pues me acojonaba
bastante que cualquier pequeño percance, como un pinchazo, me hiciese perder
uno de estos barcos de los que dependía en gran parte mi viaje. Por suerte esa
sensación se disipó al embarcar en el primero, el que me llevó a Portsmouth
desde Santander, ese de la foto de cabecera.
Pero vayamos por partes. Una vez que compré los billetes de la Steam
Packet a Isla de Man, desde Inglaterra a la ida, y hacia Irlanda a la vuelta,
me puse a redondear el viaje. Tras
cruzar la península cogería el primer ferry de Santander a Portsmouth.
Atravesaría Inglaterra hasta Escocia y luego iría por la costa oeste inglesa
hasta Heysham, donde embarcaría a Douglas. Después del Tourist Trophy
tomaría mi tercer barco, hacia Larne, cerca de Belfast. Recorrería Irlanda
durante casi una semana y finalmente cogería el último ferry, de Rosslare a
Cherburgo. Y ya en Francia alargaría la bajada
más o menos dependiendo de la pasta
que me quedase. Tras reservar algunos albergues y Bed&Breakfast el plan de ruta estaba trazado. La emoción era poca…
La moto no la preparé especialmente, la confianza que tengo en ella es
muy grande. Digan lo que digan de las motos italianas, mi Mille ha sido testigo más de una vez
de como una japonesa ha dejado tirado
a algún amiguete, pero ella va como un reloj. Una buena revisión, líquidos
nuevos y lista. Eso sí, estrenaba un GPS bajo la cúpula para este viaje,
lo que fue un gran acierto. Le saqué partido para aprovechar mejor el tiempo,
no perderme, encontrar e improvisar rutas y localizar sitios de interés. Queda
raro en una deportiva, pero es efectivo a tope. Alforjas y bolsa
sobredepósito ya tenía, así que no necesitaba nada más. Bueno, la moto no. Pero
se hizo necesario renovar el equipo personal. La cordura y el Gore-Tex hicieron acto de presencia, no
parecía conveniente hacer un viaje de este tipo y por esos lares con un mono de
cuero de una pieza y las botas de Robocop.
Debía estar un lunes en Santander y pensaba atravesar la piel de toro el día antes, pero las
ganas de estar encima de la moto pudieron conmigo y el viernes por la tarde me
puse en marcha. Poca cosa, una etapa prólogo hasta Jaén en la que me
diluvió todo el camino, incluso me granizó durante un tramo tras pasar Granada.
Pero el agua en carretera no me preocupa, ahora, en ciudad es otra cosa. Entré
por la Avda. de Granada, y joder, no recordaba lo que deslizaba el “asfalto” de
sus rotondas mojado. Estuve a puntito de irme al suelo por esquivar a una kamikaze con un Seat Panda… hijaputa, estaba empezando y ya me
estaba poniendo a prueba el corazón. Muy bueno
también el suelo liso de la gasolinera con sus charcos de gasoil mezclado con
agua… Y es que no exagero, la maniobrabilidad de una deportiva hasta arriba de carga es nula. Con agua
hay que ir con pies de plomo.
Esa noche, en la mejor compañía posible, brindamos con Alcázar por
los viajes soñados. Por la mañana, sin madrugar demasiado, me puse rumbo a
Madrid. De nuevo la lluvia me acompañó todo el camino hasta poco antes de
llegar a Tres Cantos, donde disfruté un buen rato de buenos amigos.
Después de comer y con unos escuderos de auténtico lujo, partí hacia El Espinar,
en Segovia, donde paré un ratito a saludar a un grupo de asilvestrados que estaban de parranda. Buena gente. Ya en
ruta, de nuevo en solitario y sin la nieve que nos encontramos en el Alto de
los Leones, enfilé Salamanca,
donde pasaría la noche. Pero pocos kilómetros antes de llegar, tuve una de las
dos cagadas del viaje. Hacía lustros
que no me pasaba, creo que sólo una vez con mi vieja GPZ… Nada, que me quedé tirado
en la autovía sin gasolina.
Al menos no llovía. Y el caso es que la reserva me duró unos cuarenta y
cinco kilómetros. Iba por autovía, confiado en encontrar una gasolinera, y nada
de nada. En fin, menos mal que estaba cerca de la casa de mis amigos y
acudieron al rescate en pocos minutos. Qué vergüenza, encima que me daban
cobijo tuvieron que hacer de asistencia en carretera. Gracias por todo, pareja.
Ese día aprendí a utilizar el GPS para buscar gasolineras, cosa que me vino muy
bien en más de una ocasión. Haría el pardillo
por otros motivos, pero no por quedarme
seco. Esa noche, por cierto, seco
no me quedé. Hay que decirlo en negrita:
tapear por Salamanca es un gustazo. Y más si vas con anfitriones de lujo
como yo. Me encantó el ambiente, las tapas, los garitos. Creo que tendré que
volver y dedicarle más tiempo a esta pedazo
de ciudad.
El domingo por la mañana era el Gran Premio de Francia, tocaba sufrir a
los comentaristas, pero antes fui testigo de un trueque motero. Una
enduro por una naked de gran
cilindrada. Mola ver que en estos tiempos tan jodidos algunos aficionados se
entienden para disfrutar de nuevas monturas. Dani Pedrosa ganó, Crutchlow y
Márquez le acompañaron en el podio. Y yo me subí de nuevo en la moto. Poco
después de partir empezó a llover con ganas, y no vi el sol hasta poco antes de
llegar a Santander. Fue un trayecto incómodo, con mucho viento. Pero
había que celebrar esos primeros mil kilómetros. Como no, con un par de pintas
y unas rabas del Gelín.
Al día siguiente me desperté con la misma sensación que tenía de crío un Día
de Reyes. Cargué la Mille y me fui
en busca del Cantábrico. Después de perderme un poco por las obras del nuevo
Centro de Arte del amigo Botín, por
fin acerté con la entrada al puerto. Tras pasar las garitas de control de la
naviera y de la policía, llegué al muelle donde estaba atracado el ferry. Nunca
voy a olvidar la emoción que sentí al verme rodeado de compañeros motards entrando en la bodega del Pont-Aven… ¡Ahora sí que empezaba el
viaje!
Entras a la gran bodega, te indican donde dejar la moto, ves como la
amarra el marinero y subes para arriba. Veinticuatro horas de trayecto te
esperan. El día era perfecto. La mar estaba en calma y así sería todo el
trayecto, aunque la verdad es que no me hubiera importado un poco de meneo que me recordase que estaba en un
navío, no me gustan estos chismes “tan ciudad de vacaciones y tan poco barcos”,
aunque este no era excesivamente grande. Estaba bien equipado, el wifi
funcionaba y la cerveza estaba fría, algo cara, pero era uno de los gastos
imprescindibles del viaje. Además, había que mimetizarse como un guiri más. Sólo me faltaba una piel más
blanca y una camiseta roñosa de la NW200.
Uno de los problemas de viajar solo es que casi todos los alojamientos
están pensados para parejas. Me refiero a que casi pagas lo mismo por una
habitación o como en este caso, por un camarote, yendo solo o acompañado. Para
ahorrar pillé un sillón en uno de los salones, compartido con más pasajeros. La
próxima vez espero disponer de más pasta
y hacerme con un camarote. Si tienes suerte das con gente educada, pero te
arriesgas a que a un gilipollas le suene la alarma del móvil a las cuatro de la
mañana, tarde más de un minuto en apagarla y te joda el resto del sueño… Por no
hablar de los ronquidos. Una pena porque el sillón era más o menos cómodo.
Al mediodía llegamos a Portsmouth. Varios buques de guerra de la Royal Navy te dan la bienvenida según
avanzas por el canal. Algunos quizá sean los mismos que se dejan ver de vez en
cuando haciendo maniobras por Gibraltar. Ya se sabe, cosas de la guerra fría…
La emoción del desembarco hizo que me olvidase del cansancio y la pequeña
resaca. En la bodega me esperaba mi amiga italiana meneando el escape. A ella también le había hecho ilusión navegar
por el Golfo de Vizcaya y estaba deseando que sus zapatos catasen el asfalto inglés. Arrancamos, salimos del buque
muy concentrados por aquello de circular por la izquierda por primera vez. Un
policía muy serio me pide los papeles en su garita y me dice que me baje el
neopreno para verme la cara. Lo que ve es una enorme sonrisa en el rostro de un tipo
que está comenzando a soñar.
El TTour en Nostromoción:
···
· II) Inglaterra & Escocia.
· III) Escocia.
· IV) Escocia & Inglaterra.
· V) Tourist Trophy. Isla de Man (I).
· VI) Tourist Trophy. Isla de Man (II).
· VII) Tourist Trophy. Isla de Man (III).
· VIII) Tourist Trophy. Isla de Man (IV).
· IX) Tourist Trophy. Isla de Man (V).
· X) Tourist Trophy. Isla de Man (VI).
El TTour en Nostromoción:
···
· II) Inglaterra & Escocia.
· III) Escocia.
· IV) Escocia & Inglaterra.
· V) Tourist Trophy. Isla de Man (I).
· VI) Tourist Trophy. Isla de Man (II).
· VII) Tourist Trophy. Isla de Man (III).
· VIII) Tourist Trophy. Isla de Man (IV).
· IX) Tourist Trophy. Isla de Man (V).
· X) Tourist Trophy. Isla de Man (VI).
genial aventura y genial blog!
ResponderEliminarMuchas gracias! Saludos!
EliminarEl TT es el acontecimiento más importante en la vida de un motard... de un hombre, ¡Qué coño! Hay que vivirlo en primera persona para entender su verdadera magnitud. Gran relato, esperamos ansiosos el siguiente capítulo.
ResponderEliminarGracias! Sí, yo siempre he dicho que es La Meca de todo motard! :)
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