Una vez más tengo las neuronas exhaustas tras el arduo trabajo de inventar un nuevo palabro. Por la edad y el maltrato al que se han visto sometidas, cada vez cuento con menos, pero las pocas que quedan son unas cachondas. Ya en serio, esta tontá de millear viene del apellido de mi querida compañera de viajes, Mille, y de que una milla es una medida de longitud (no os engaño, las hay náuticas y terrestres). Así que me ha parecido apropiado utilizar este nuevo verbo para definir la acción de viajar con mi moto… Supongo que muchos estaréis deseando leer a continuación que tipo de hierba me he fumado, pero no amiguitos, vamos a millear.
Después de un gran fin de semana en Tres Cantos en el que conocí a un montón de motards cojonudos, comenzaban para mí unos cuantos días de ruta en solitario con mi querida máquina. La ilusión era enorme. Disponía por primera vez en mi vida de los días que me diese la gana, prácticamente hasta que se me gastase el dinero. El objetivo no era llegar a ningún país extranjero ni hacer ningún itinerario famoso o ambicioso. Al contrario, era sencillo: disfrutar del camino, improvisar la ruta, perderme, saborear los pequeños detalles. Y además, saldar una deuda que tenía con la geografía nacional. Conocer Galicia.
Bártulos estibados, toca arrancar. La resaca con la que salí del camping era importante, pero la perspectiva de los días venideros la hacían soportable. Me había propuesto hacer noche en Puebla de Sanabria, a unos 400 kilómetros, poca cosa cuando estás acostumbrado a hacer Málaga – Santander non stop. Aunque en esta ocasión resultó un trayecto de lo más cansino, tanto festival me pasó factura en forma de sudores y suspiros bajo el casco en cuanto pillé la aburrida autovía…
Al poco de salir y sin tener ni idea de mi posición ni de cómo coger la A6, vi una indicación a Segovia por el Puerto de Navacerrada. ¿Por qué no? La verdad es que fue un acierto, me gustó mucho esa carretera. Disfruté y me despejé bastante, a pesar de que el asfalto estaba húmedo y pedía precaución. Llegué a Segovia enseguida. La foto en el acueducto (que monstruos los romanos) era obligada, si bien siendo la hora de comer hubiese sido más apropiado haberme zampado un cochinillo de esos tan famosos. Pero no, no era plan de ir con la cremallera del mono desabrochada.
En Segovia tomé la carretera comarcal CL605 (con un paisaje bastante soso) que me llevó a Montuenga. Por allí cerquita reposté y pillé la A6. Y entonces comenzó el aburrimiento y empecé a sentir de nuevo la resaca. El Aquarius de medio litro que me acababa de tomar no me libró de volver a estar hecho una piltrafilla. Está claro que cuando a uno no le quedan más cojones que ir atento a las curvillas o los baches de una nacional desconocida, se espabila y se olvida de todos los males, pero el tedio de una autovía te devuelve a ese estado comatoso que da la monotonía. Y así, medio en trance, me desvié a la A52 a la altura de Benavente y tras unos 80 kilómetros llegué a Puebla de Sanabria.
Uno ya tiene una edad. Así que después de tres días de farra en plan motoflauta y habiendo dormido en total unas cinco horas, me merecía una buena recarga de pilas. Planté el campamento en un hotel a las afueras que me recomendó el chaval de la gasolinera. Y joder, cuando vi la bañera no me pude resistir. Al más puro estilo “Cateto a babor” la llené y me di uno de los mejores baños de mi vida. Relax. Para completar el tratamiento reparador bajé al bar y me ventilé un bocata de filete de ternera acompañado de cuatro Estrellas Galicias. Esa noche comenzó un bonito idilio con esa cerveza...
Al día siguiente estaba otra vez en forma, así que había que aprovechar. Madrugué y me fui al centro histórico de Puebla de Sanabria. Además de lo bonito que es siempre estar rodeado de casas y suelos de piedra, lo más destacable es el Castillo de los Condes de Benavente, fortaleza militar del siglo XV que hoy en día cumple una función cultural albergando la biblioteca, salas de exposiciones y demás. Junto al castillo también pude ver la Iglesia de Nuestra Señora del Azogue, construida en el siglo XII, de estilo románico con reformas en gótico, y la Ermita de San Cayetano, barroca del siglo XVII. Sí, lo confieso, he consultado las fechas de construcción y los estilos, me gustan las piedras pero no tengo mucha idea del tema, así que aprovecharé estos post para culturizarme un poco sobre los sitios por los que he pasado.
Después de un cafelito monté en la Mille y puse rumbo al Parque Natural del Lago de Sanabria. Primero fui dirección Ribadelago. La carretera es una gozada. Típica nacional con buen asfalto, curvas suaves y rodeada de vegetación. No sé si fue la distancia o que estaba disfrutando del paisaje pero se me hizo corto llegar al lago. Una vez allí la vista es espectacular. Rodeado de montañas. El agua cristalina. Hay pequeñas playas y embarcaderos que me imagino que en verano estarán hasta las trancas de gente. La zona está cuidada, con áreas con mesas para el personal y una parte preparada para la estancia con campers. Muy bonito la verdad. Como dato técnico diremos que es el mayor lago de origen glaciar de la península ibérica.
Volví por la misma carretera hasta una rotonda en la que cogí dirección a San Martín de Castañeda. La idea era subir a la Laguna de los Peces, también de origen glaciar y a una altura de 1725m. La carretera hasta San Martín es igual de guapa que la anterior. Tras pasar el pueblo comienzas a subir de forma más pronunciada, el asfalto está en peor estado (supongo que por las heladas) y resulta un poco coñazo para una deportiva. Eso sí, a pesar de que según subes los árboles van siendo sustituidos por matorrales, las vistas siguen siendo bonitas. Una vez arriba, pues la verdad, el paisaje resulta un poco desangelado. Me imagino que en invierno, con las nieves y la laguna helada, ganará algo. De la zona de aparcamiento parten algunas rutas de senderismo que, ahora que me estoy aficionando, no me hubiese importado hacer.
Decir que hay un par de miradores, en la carretera entre el pueblo y la laguna, en los que merece la pena parar, sobre todo en el que hay al poco de pasar San Martín, a la izquierda según subes. Se puede ver el Lago de Sanabria casi entero y gran parte de la comarca, sin mayúsculas (no es la de los hobbits). Cometí un error imperdonable al no visitar el Monasterio de San Martín de Castañeda, ya que ahora veo que es una pequeña joya del románico. Me llamó la atención y estuve a punto de parar, pero al ser casi la una del mediodía me entró la prisa por volver al hotel. La verdad es que esta zona me dejó buen sabor de boca y ganas de volver con más tiempo.
Sobre las dos del mediodía la moto estaba de nuevo cargada. Nos pusimos en ruta tras una intensa mañana en la que habíamos disfrutado de grandes paisajes y carreteras divertidas. Por eso sentí una gran desazón al coger la autovía… que duró unos ochenta kilómetros, justo los que había hasta Verín, el origen de mi siguiente ruta. Ya estaba en Galicia, esa maravillosa tierra que aún no sabía que me brindaría unos días increíbles de libertad, paz y sosiego.
En Nostromoción:
···
· II) Milleando por Galicia [I].
· III) Milleando por Galicia [II].
· IV) Milleando por Galicia [y III].
· V) Milleando por Asturias.
· VI) Milleando por Cantabria.
En Nostromoción:
···
· II) Milleando por Galicia [I].
· III) Milleando por Galicia [II].
· IV) Milleando por Galicia [y III].
· V) Milleando por Asturias.
· VI) Milleando por Cantabria.
Ya sabia yo que te iba a gustar, quillo... Si en vez de ir a Benavente hubieras ido hasta Zamora y luego por la N630 por Montamarta, habrias disfrutado muchisimo más. Es lo que tiene el GPS, que a veces te sorprende grátamente. Espero tu crónica del colesterol en Galicia.
ResponderEliminarGracias crack! Me lo apunto para la próxima!
ResponderEliminarBonita ruta, preciosos paisajes... espero tu siguiente relato..
ResponderEliminar